A veces tenía la sensación de que
éramos una sola cosa. Entonces no sabía si ella era yo o yo era ella, o tal vez
ninguna, o tal vez otra. Se me había impregnado, como se impregnan en la piel
las cosas definitivas o definitorias. Y cuando me miraba al espejo, cual
cicatriz, ella aparecía y se jactaba de su permanencia, en el espejo o en mí, tal
vez de mí en ella. Estábamos ahí, frente a frente, o ella dentro mío, o yo en
su interior, tal vez recubriéndome, tal vez llenándola. Estábamos ahí, desde
hacía un largo tiempo, tal vez meses, tal vez años, tal vez segundos de
infinito silencio. A veces sentía lástima por ella, o por mí, tal vez por ambas.
Pena de tanto penar, dolor de tanto duelar la vida, tristeza de tanta triste
melancolía. Otras veces sólo odio, por ella, o por mí, tal vez por nuestra
mutua compañía y este maldito reflejo y esta desgarradora sombra y esta
oscuridad desencajada. Ella consumiendo el deseo que me quedaba, yo cerrándole
las ventanas al amanecer, ella carcelera de mis lágrimas, yo contralor de su
sufrimiento, o tal vez una apagando a la otra, otra reprimiendo a la una, tal
vez las dos suspirándonos, desapegadas de recuerdos felices.
A veces tenía la sensación de que
éramos una sola casa. Entonces no sabía si ella me albergaba a mí o yo a ella,
o tal vez las dos deshabitadas, o tal vez las dos deambulándonos. Se me había
instalado, como se instalan en el cuerpo ciertos virus o temores. Y cuando intentaba
desalojarla, se encerraba en sí misma, o en mí, o en todas las que éramos.
Estábamos morándonos, juntas y a solas, tal vez abandonadas a nuestra propia
suerte, tal vez desamoradas de los otros. Convivíamos, como lo hacen quienes se
eligen para no sentirse desamparados, o para encontrarse con alguien que los
mire, o simplemente por compromiso, cuando comprometerse no es quedarse por
obligación ni por rutina o sí. A veces nos consolábamos una a la otra y nos
(en)cubríamos de los fantasmas que nos visitaban, los suyos, o los míos, o tal
vez los que hicimos nuestros o nos hicieron suyas. Otras veces sólo nos
acompañábamos, para sentir que éramos más que únicamente nosotras en la cama,
en el cuerpo, en casa. Ella encarnándose en mí, yo acariciándonos los rostros,
ella conquistadora de mi superficie, yo líder de sus demarcaciones, o tal vez
una prisionera de la otra, y entonces ella mi máscara o tal vez yo, máscara
suya.
Ilustradora: Samanta Tello |
pienso, en los demonios que nos habitan que tal supremacía.
ResponderBorrarCuanto nos cuesta la libertad.
Solar las máscaras que nos acompañaron tanto.
Muy buen texto.
Mejor si esta abriendo nuevas ventanas!
Máscaras que nos ocultan y a veces hacen que nos confundamos con o en ellas y ya no podemos distinguir si somos la máscara o lo que está por debajo... Van cayendo de a una, lentamente, con miedo, pero van cayendo!
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