domingo, 3 de mayo de 2015

Entremezcladas

A veces tenía la sensación de que éramos una sola cosa. Entonces no sabía si ella era yo o yo era ella, o tal vez ninguna, o tal vez otra. Se me había impregnado, como se impregnan en la piel las cosas definitivas o definitorias. Y cuando me miraba al espejo, cual cicatriz, ella aparecía y se jactaba de su permanencia, en el espejo o en mí, tal vez de mí en ella. Estábamos ahí, frente a frente, o ella dentro mío, o yo en su interior, tal vez recubriéndome, tal vez llenándola. Estábamos ahí, desde hacía un largo tiempo, tal vez meses, tal vez años, tal vez segundos de infinito silencio. A veces sentía lástima por ella, o por mí, tal vez por ambas. Pena de tanto penar, dolor de tanto duelar la vida, tristeza de tanta triste melancolía. Otras veces sólo odio, por ella, o por mí, tal vez por nuestra mutua compañía y este maldito reflejo y esta desgarradora sombra y esta oscuridad desencajada. Ella consumiendo el deseo que me quedaba, yo cerrándole las ventanas al amanecer, ella carcelera de mis lágrimas, yo contralor de su sufrimiento, o tal vez una apagando a la otra, otra reprimiendo a la una, tal vez las dos suspirándonos, desapegadas de recuerdos felices.    
A veces tenía la sensación de que éramos una sola casa. Entonces no sabía si ella me albergaba a mí o yo a ella, o tal vez las dos deshabitadas, o tal vez las dos deambulándonos. Se me había instalado, como se instalan en el cuerpo ciertos virus o temores. Y cuando intentaba desalojarla, se encerraba en sí misma, o en mí, o en todas las que éramos. Estábamos morándonos, juntas y a solas, tal vez abandonadas a nuestra propia suerte, tal vez desamoradas de los otros. Convivíamos, como lo hacen quienes se eligen para no sentirse desamparados, o para encontrarse con alguien que los mire, o simplemente por compromiso, cuando comprometerse no es quedarse por obligación ni por rutina o sí. A veces nos consolábamos una a la otra y nos (en)cubríamos de los fantasmas que nos visitaban, los suyos, o los míos, o tal vez los que hicimos nuestros o nos hicieron suyas. Otras veces sólo nos acompañábamos, para sentir que éramos más que únicamente nosotras en la cama, en el cuerpo, en casa. Ella encarnándose en mí, yo acariciándonos los rostros, ella conquistadora de mi superficie, yo líder de sus demarcaciones, o tal vez una prisionera de la otra, y entonces ella mi máscara o tal vez yo, máscara suya.      

Ilustradora: Samanta Tello