La rompió a mi mamá, dijo esa
mañana al llegar al jardín. Cuatro años y ya lo sabía: su mamá representaba
un objeto más de la casa, un objeto que papá podía destruir, que podía
quebrar... entonces mamá se ponía como si fuera un bebé y papá la seguía
golpeando. A mamá le dolía menos, así, tan chiquita, tan flaca, tan apocada, a
mamá le dolía menos, pero a sus cuatro años le dolían los oídos de escuchar
tanto grito, tanto ruido de vidrios rotos, de madera quebrándose, de huesos
contra el piso, contra la pared, arrojados a su suerte. Él y sus hermanas
arrojados a su suerte, desamparados, dejando de hablar para no decir lo que su
madre calla, lo que su madre niega, lo que su padre oculta, lo que su padre
amenaza. Los golpes, los sollozos, los perdones, el llanto contenido, la furia
contenida, los gritos en la escuela, el dolor en todo el cuerpo, en sus
pequeños cuatro años de vida desfigurada.
Rompió la cama y la rompió a mamá. Así de simple, así de complejo. Cuatro años y descubría que su mamá podía romperse, podía ponerse morada, desamorados los tres, él con sus cuatro años, sus hermanas con sus pañales y sus chupetes. Su madre golpeada, su madre pidiendo ayuda. Pero también su madre fingiendo, su madre maquillada para seguir tapando. Y sus cuatro años destapados, desesperados, con palabras inentendibles, con mamarrachos en el papel. Y papá que sigue en casa, que lo peina con fuerza, que le pega en el estómago, que lo saca desabrigado. Y mamá que oculta la verdad, que oculta el miedo, que oculta los brazos llenos de marcas. Y papá que muestra su fuerza mientras desparrama a mamá por el suelo. Y sus cuatro años que gritan fuerte, que se tapan los oídos, que cierran los ojos sin poder impedir que las lágrimas broten. Y sus hermanas que no hablan, que no pueden pedir ayuda.
Partió la cama por la mitad y la
rompió a mamá. Y los vecinos que escuchan, que golpean la puerta, que llaman a
la policía. Y su madre que lo denuncia, y los golpes que paran, y el cuerpo que
sigue temblando, y papá que pide disculpas, que no va a volver a pasar, que fue
la última vez, y mamá que escucha, y mamá que baja la cabeza, y mamá que cree, y
mamá que puede volver a romperse, y sus cuatro años que quieren a papá pero le
tienen miedo, y sus cuatro años que no pueden correr ni escaparse, y sus cuatro
años que amurallan las palabras para no decir nada, para que papá no lo rompa a
él ni a sus hermanas, para que mamá junte sus pedacitos, y sus cuatro años que
rezan para que papá no vuelva a golpearla, que prometen portarse bien para no
enojar a papá. Y su papá que jura, que esta vez llora, que ahora sonríe a mamá,
que les hace regalos, que los acaricia, que les habla bajito. Y mamá, otra vez rota y papá, otra
vez en casa.
Increíble!!
ResponderBorrarLa realidad supera la ficción!
Cuánto dolor que, "por suerte", se vuelve escritura que sana un poco
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