Agosto. Miércoles por la tarde. Primer
encuentro cara a cara. El cielo amenazándonos. Probabilidad de chaparrones.
Café. Charla. La posibilidad concretizada de conocer tu voz, tus sonrisas, tus
gestos, tus pasiones. Nerviosismo. Miradas que se cruzan y descruzan por miedo
a vernos tal cual somos. Despedida. Caminar sola por las calles rememorando
cada detalle de lo vivido. Preguntas silenciosas, sensaciones extrañas, dudas,
respuestas confusas. Tu cara. Tus ojos. Tu boca. Mi sonrisa inevitable.
Noche. Lluvia incesante. Hablamos. Me
tranquiliza que me hables. Me gusta tu impaciencia si demoro en responderte.
Conversamos sobre la lluvia, cómplice nuestra porque atrasó su llegada para que
el encuentro fuera posible. Me contás que a tu regreso la tuviste frente a
frente. ¿Se habrá vengado celosamente por la energía que generamos al vernos y
por eso se te presentó furiosa e implacable? Me causa gracia pensar así. Tal
vez me rio porque no imagino que después de ese día, ella, la lluvia, sería protagonista
de cada encuentro / desencuentro nuestro. Cómplice. Testigo. Tercera en
discordia. Fue así que todo cuanto nos sucedió a partir de esa tarde de agosto,
ocurrió bajo la lluvia… La cita que no fue. El beso que se demora. La prolongación
de la espera. Culpable, dos puntos, la lluvia. ¿La lluvia? Llegué a pensar que,
en realidad, éramos nosotros los verdaderos y únicos culpables y que ella sólo
hacía el trabajo sucio. Te lo dije. Te reíste de mi ocurrencia. Me esperanzó tu
risa. Pero cuando la lluvia nos cedió el paso, vos tomaste el camino que te
alejaba de mí. Y entonces la lluvia fue mi leal compañera, porque los días se
me cubrieron de nubarrones. Tu ausencia. Tus desplantes. Tu modo de aparecer en
mi vida y después irte. Mi dolor. Mi enojo. Mi desilusión. Mi forma de huir
cuando te acercabas. La incertidumbre. La desidia. El silencio. Y el olvido que
se nos resistía.
Pasó el tiempo. Tic – Tac. Segundos que
se hicieron minutos. Tic – Tac. Minutos que se convirtieron en horas. Tic – Tac.
Horas que se transformaron en días. Tic – Tac. Las agujas del reloj que siguen
su curso así como si nada. Tic – Tac. Te extraño. Tic – Tac. Te pienso con otra
a tu lado. Tic – Tac. Se me desgarra el alma. Tic – Tac. Y otra vez la lluvia…
Arranco una a una las hojas del
calendario. Intento arrancar uno a uno los recuerdos que te nombran. Intento
arrancarte de mí. No sé por qué te espero, pero te espero. No sé qué espero,
pero espero. No sé qué quiero, pero te quiero. Hablamos. Estás solo. Yo estoy
furiosa y te lo hago saber. A mi modo, te demuestro mi enojo, porque la herida
que provocaste sigue abierta. Quedamos en vernos. Sábado por la tarde. La
lluvia no aparece. Y nosotros, tan desencontrados, siempre tan a destiempo. Cruzamos
un par de palabras, algunas miradas y nos despedimos. Maldigo en silencio
haberte conocido. Y la lluvia que no aparece.
¿Te odio? No, no te odio. ¿Te busco? Sí,
desesperadamente te busco. ¿Llueve? Sólo llovizna, pero es de esas lloviznas que
apenas mojan, apenas molestan, apenas inspiran… Vos y yo a-penas, confundidos
a-penas, asustados a-penas, enamorados a-penas. Muertos de pena. A duras penas.
¿Te necesito? No, definitivamente no es
necesidad. ¿Te deseo? Sí, claro que te deseo. ¿Llueve? Torrencialmente. Y no
hay paraguas. Y nada nos cubre. Tengo miedo de estar tan expuesta bajo esta
tormenta. Tengo miedo, pero igual voy a buscarte. Casi nos encontramos. Casi nos
cruzamos. Todo es tan borroso mientras llueve…
¿Te quiero? Sí, definitivamente te
quiero. ¿Me arriesgo? Sí, corro el riesgo y juro que esta vez no te dejo ir. Nos
vemos. Por fin estamos frente a frente. Solo los dos. Solos los dos. Nos
abrazamos. Nos besamos. Nos reconocemos. Afuera ya no llueve…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario