Que pase el tiempo, que no se
detenga, que corra, que se vuelva arena y se nos escurra de entre los dedos.
Que vuele el tiempo, ligero, tan ligero que despeine con sólo rozarnos. Que
acelere las agujas del reloj, que no vaya en cámara lenta, que no nos clave el
freno de mano. Que no hiera, el tiempo, que no duela, que no deje marcas, que
borre cicatrices. Que no nos moleste, que no sea tan cargoso, que no nos
impaciente su presencia, que no nos desespere su falta.
Que sea finito el tiempo, que
corra peligro de extinción, que se agote, que al amanecer ya no suenen despertadores.
Que se termine el tiempo, que se evapore, que seamos testigos de su ocaso. Que
no nos controle, que no nos mida la vida, que no se nos convierta en excusa,
que no se acomode en la punta de la lengua cuando busquemos culpables.
Que no exista el tiempo, que hoy
sea mañana, o que hoy ya no sea. Que lo que haya que saber se revele ya, en
este instante, ahora... o nunca. Que no haya tiempo. O que si hay tiempo ya no nos
corra, que no nos persiga, que no nos hostigue, ¡que nos deje en paz! Que el
tiempo sea un soplido fuerte que arranque las hojas del calendario, que degüelle
los días, que no detenga las horas, que sea otoño, o casi invierno, que cuando
abramos los ojos ya sea primavera.
Que no nos presione, el tiempo,
que nos deje ser libres, que nos deje solos, que se marche silbando bajito. O
que no silbe, que sólo se vaya, que se haga viento, tempestad, rocío o calma.
Que vuele el tiempo, que acelere el ritmo, que pierda el derecho de marcarnos
el paso. Que desaparezca, que nos deje, que nos abandone y se lleve su rutina. Que
se suicide, el tiempo, que termine su vida acompasada, que se despida, o mejor
no, que no diga adiós y se vaya. Que se muera lento, que se muera rápido, que
se muera pronto así no nos mata.
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