sábado, 28 de junio de 2014

Puntos Suspensivos

Irrumpo en tu vida. Dos puntos. Charlamos. Coma. Empezamos a conocernos. Punto. Nos vemos por primera vez. Punto. Nos vamos descubriendo. Coma. Nos buscamos. Coma. A veces nos cruzamos. Punto. Por qué nos desencontramos tanto. Signos de interrogación. Me expongo. Punto. Me siento defraudada. Paréntesis.
Reaparecés. Coma. Te alejo. Coma. Te veo y me estremezco. Punto. Vas venís voy no venís. Punto. No logro entenderte. Coma. Y necesito de sobremanera entenderte. Signos de exclamación. Vacío barra Ausencia barra Dolor barra Insomnio barra Palabras barra Silencios. Punto y aparte.
Soledad. Punto. Lejos o cerca reforzás mi soledad. Punto. Presente o ausente reforzás mi soledad. Punto. Qué buscás. Signos de interrogación. Por qué siento que me retenés. Signos de interrogación. Ninguna certeza. Puntos suspensivos. Me hacés dudar de vos de mí de todo. Puntos suspensivos. Y sin embargo. Coma. Sin embargo no lográs hacerme dudar de nosotros. Puntos suspensivos.
Tengo tanta necesidad de expulsarte de mi vida. Punto. Tengo tantos deseos de que te quedes a mi lado para siempre. Signos de exclamación. Y vos. Puntos suspensivos.
Suspiro profundo resoplido. Punto. Por qué no hay regla de puntuación capaz de expresar con precisión, sobre una hoja de papel, el sentido de un suspiro de un resoplo. Signos de interrogación.
Por qué te elijo si me hacés sentir tan vulnerable Por qué no terminás de dejarme ir Por qué el destino nos juega en contra Por qué el azar se encaprichó con nosotros Por qué siempre a destiempo. Signos de interrogación. Y nosotros. Puntos suspensivos.
Por qué interponés tanta distancia entre vos y yo Por qué nos condenás con esos tresmalditospuntos. Signos de interrogación. Por qué (pausa) si son tres puntos que nos separan que nos dejan en suspenso que me ilusionan que te descomprometen. Signos de interrogación.
Por qué (pre)siento que voy a permanecer suspendida en un tiempo de invariable espera supeditada a tus idas y venidas sujeta a tus indecisiones. Signos de interrogación. Por qué esta descafeinada y constante costumbre tuya de actuar por omisión que permite que no te impliques del todo que no me convenzas del todo que no nos entreguemos del todo que nos culpemos de casi todo. Signos de interrogación. Aquí yo. Coma. Colmada de preguntas. Punto. Allá vos. Coma. Y tu indiferente silencio como única respuesta. Puntos suspensivos.
Por qué no un punto y aparte. Signos de interrogación. Por qué tan empecinado con los puntos suspensivos Por qué tan dispuesta a ir borrando cada uno de esos puntos hasta llegar a vos para que puedas verme. Signos de interrogación. Tal vez porque. Dos puntos. Desde que nos vimos nos llenamos de palabras. Coma. Nos inundamos de historias. Coma. Resaltamos silencios. Coma. Nos convertimos en un problema gramatical el uno para la otra. Coma. E hicimos de los puntos suspensivos la regla de puntuación que nos separa y nos une a la vez. Puntos Suspensivos. Hasta que alguno de los dos decida ponerle un punto final a esta historia. Puntos suspensivos… 

domingo, 22 de junio de 2014

ContraTiempo

Que pase el tiempo, que no se detenga, que corra, que se vuelva arena y se nos escurra de entre los dedos. Que vuele el tiempo, ligero, tan ligero que despeine con sólo rozarnos. Que acelere las agujas del reloj, que no vaya en cámara lenta, que no nos clave el freno de mano. Que no hiera, el tiempo, que no duela, que no deje marcas, que borre cicatrices. Que no nos moleste, que no sea tan cargoso, que no nos impaciente su presencia, que no nos desespere su falta.
Que sea finito el tiempo, que corra peligro de extinción, que se agote, que al amanecer ya no suenen despertadores. Que se termine el tiempo, que se evapore, que seamos testigos de su ocaso. Que no nos controle, que no nos mida la vida, que no se nos convierta en excusa, que no se acomode en la punta de la lengua cuando busquemos culpables.      
Que no exista el tiempo, que hoy sea mañana, o que hoy ya no sea. Que lo que haya que saber se revele ya, en este instante, ahora... o nunca. Que no haya tiempo. O que si hay tiempo ya no nos corra, que no nos persiga, que no nos hostigue, ¡que nos deje en paz! Que el tiempo sea un soplido fuerte que arranque las hojas del calendario, que degüelle los días, que no detenga las horas, que sea otoño, o casi invierno, que cuando abramos los ojos ya sea primavera.
Que no nos presione, el tiempo, que nos deje ser libres, que nos deje solos, que se marche silbando bajito. O que no silbe, que sólo se vaya, que se haga viento, tempestad, rocío o calma. Que vuele el tiempo, que acelere el ritmo, que pierda el derecho de marcarnos el paso. Que desaparezca, que nos deje, que nos abandone y se lleve su rutina. Que se suicide, el tiempo, que termine su vida acompasada, que se despida, o mejor no, que no diga adiós y se vaya. Que se muera lento, que se muera rápido, que se muera pronto así no nos mata.

miércoles, 18 de junio de 2014

La última gota

Perder la cabeza en una copa de vino, y desear perderte en medio de una borrachera, y por fin encontrarme, y ser sin vos, y ser en tu definitiva ausencia. Volver púrpura tu mirada, y ansiar olvidarla olvidarte olvidarnos, y ser después de vos, y ser a pesar de vos, y ser a tu pesar. Abandonarte en el fondo de la copa, y ahogarte en cada siguiente trago, y terminar con esta historia con vos con la que fui, y ser otra, y ser la misma, y ser quien quiera. Multiplicar el vino, ir bebiéndote de a poco, saborear lo vivido lo deseado lo sufrido, y ser la que te amó, y ser la que te olvida y ser la que te vuelve pasado en la última gota. 

domingo, 15 de junio de 2014

Ella, la lluvia

Agosto. Miércoles por la tarde. Primer encuentro cara a cara. El cielo amenazándonos. Probabilidad de chaparrones. Café. Charla. La posibilidad concretizada de conocer tu voz, tus sonrisas, tus gestos, tus pasiones. Nerviosismo. Miradas que se cruzan y descruzan por miedo a vernos tal cual somos. Despedida. Caminar sola por las calles rememorando cada detalle de lo vivido. Preguntas silenciosas, sensaciones extrañas, dudas, respuestas confusas. Tu cara. Tus ojos. Tu boca. Mi sonrisa inevitable.
Noche. Lluvia incesante. Hablamos. Me tranquiliza que me hables. Me gusta tu impaciencia si demoro en responderte. Conversamos sobre la lluvia, cómplice nuestra porque atrasó su llegada para que el encuentro fuera posible. Me contás que a tu regreso la tuviste frente a frente. ¿Se habrá vengado celosamente por la energía que generamos al vernos y por eso se te presentó furiosa e implacable? Me causa gracia pensar así. Tal vez me rio porque no imagino que después de ese día, ella, la lluvia, sería protagonista de cada encuentro / desencuentro nuestro. Cómplice. Testigo. Tercera en discordia. Fue así que todo cuanto nos sucedió a partir de esa tarde de agosto, ocurrió bajo la lluvia… La cita que no fue. El beso que se demora. La prolongación de la espera. Culpable, dos puntos, la lluvia. ¿La lluvia? Llegué a pensar que, en realidad, éramos nosotros los verdaderos y únicos culpables y que ella sólo hacía el trabajo sucio. Te lo dije. Te reíste de mi ocurrencia. Me esperanzó tu risa. Pero cuando la lluvia nos cedió el paso, vos tomaste el camino que te alejaba de mí. Y entonces la lluvia fue mi leal compañera, porque los días se me cubrieron de nubarrones. Tu ausencia. Tus desplantes. Tu modo de aparecer en mi vida y después irte. Mi dolor. Mi enojo. Mi desilusión. Mi forma de huir cuando te acercabas. La incertidumbre. La desidia. El silencio. Y el olvido que se nos resistía.
Pasó el tiempo. Tic – Tac. Segundos que se hicieron minutos. Tic – Tac. Minutos que se convirtieron en horas. Tic – Tac. Horas que se transformaron en días. Tic – Tac. Las agujas del reloj que siguen su curso así como si nada. Tic – Tac. Te extraño. Tic – Tac. Te pienso con otra a tu lado. Tic – Tac. Se me desgarra el alma. Tic – Tac. Y otra vez la lluvia…
Arranco una a una las hojas del calendario. Intento arrancar uno a uno los recuerdos que te nombran. Intento arrancarte de mí. No sé por qué te espero, pero te espero. No sé qué espero, pero espero. No sé qué quiero, pero te quiero. Hablamos. Estás solo. Yo estoy furiosa y te lo hago saber. A mi modo, te demuestro mi enojo, porque la herida que provocaste sigue abierta. Quedamos en vernos. Sábado por la tarde. La lluvia no aparece. Y nosotros, tan desencontrados, siempre tan a destiempo. Cruzamos un par de palabras, algunas miradas y nos despedimos. Maldigo en silencio haberte conocido. Y la lluvia que no aparece.
¿Te odio? No, no te odio. ¿Te busco? Sí, desesperadamente te busco. ¿Llueve? Sólo llovizna, pero es de esas lloviznas que apenas mojan, apenas molestan, apenas inspiran… Vos y yo a-penas, confundidos a-penas, asustados a-penas, enamorados a-penas. Muertos de pena. A duras penas.
¿Te necesito? No, definitivamente no es necesidad. ¿Te deseo? Sí, claro que te deseo. ¿Llueve? Torrencialmente. Y no hay paraguas. Y nada nos cubre. Tengo miedo de estar tan expuesta bajo esta tormenta. Tengo miedo, pero igual voy a buscarte. Casi nos encontramos. Casi nos cruzamos. Todo es tan borroso mientras llueve…
¿Te quiero? Sí, definitivamente te quiero. ¿Me arriesgo? Sí, corro el riesgo y juro que esta vez no te dejo ir. Nos vemos. Por fin estamos frente a frente. Solo los dos. Solos los dos. Nos abrazamos. Nos besamos. Nos reconocemos. Afuera ya no llueve…     

domingo, 8 de junio de 2014

Dejarnos ir

Esa noche, mientras hablaban, comprendió que él la había perdido por cansancio: ya no le bastaban sus excusas frente a las recurrentes llegadas tarde o a las faltas sin aviso, ya no le servía irrumpir en su vida y que él no lo notara, ya no soportaba mendigarle atención, ya no quería seguir analizando sus olvidos frecuentes, ya no tenía ganas de excusarlo por todo, ya no deseaba seguir sintiendo ese gusto a poco en la boca cada vez que él se iba sin despedirse. Entonces, cuando sus palabras dejaron de retumbar dentro suyo, cuando su indiferencia transmutó en un mal sueño de esos de los que, por fortuna, una despierta tarde o temprano, se sintió aliviada... la alivió saber que sólo él perdía, que era él quien se quedaba sin un futuro juntos, que era él quien añoraría su presencia, que era él quien se iba a lamentar por no tenerla más en su vida. Sólo él perdía, ella no. Ella no tenía nada que perder, porque aún cuando sintió que se le anudaba el estómago, esa noche, mientras hablaban, comprendió que no podía perder nada que no hubiera tenido antes. 

- Dejarme ir, eso debería hacer, despertarme una mañana y tomar la sabia decisión de alejarme... hacer que ya no duela, que la espera no se convierta en el centro de mi vida, que su presencia no sea lo único importante... hacer que se vaya, que deje de ilusionarme con promesas que nunca llegarán a cumplirse, que renuncie a mentirme en la cara, que deje de usar las palabras como si no tuvieran valor... prohibirle la entrada, no permitir que siga yendo y viniendo por mi vida como si fuese el dueño, sacarle la llave, cambiar la cerradura, impedir que vuelva... no recibirlo a la madrugada, no dejarlo que deshaga lo andado, no cambiar de opinión ni dejar que me convenza con sólo decirme "hola". Decirle que se vaya, pedirle que no vuelva, prohibirle el acceso a mi vida.

Cuando colgó el teléfono, él se le filtró en todos sus pensamientos: era un constante rememorar lo vivido (¡cuán poco habían vivido!), un contabilizar el tiempo transcurrido (tantos años esperando a que él se decidiera, tantos meses de ausencia, tantos días tachados en el calendario, tantas horas ansiando encontrarlo, tantos minutos aguardando una respuesta); era imaginarse futuros encuentros (aunque tuviera la certeza de que los des-encuentros eran los únicos encuentros posibles entre ellos); era odiarlo con los ojos, con la boca, con las entrañas, era la imposibilidad de conciliar el sueño por miedo a cerrar los ojos y que allí también la rechazara.

- ¿Por qué insisto? ¿Qué quiero conseguir de él? ¿Por qué lo sigo buscando si él no quiere que lo encuentre? Esta vez es definitivo: se acabó, no lo sigo más, me cansé, no quiero más de esto, yo valgo más que esta espera ilimitada frente a su falta de decisión, yo quiero otra cosa. Me aburrió, me hartó, me sacó de quicio, me quitó las fuerzas, me dejó sin energías. Si estas son las reglas, yo abandono el juego. Ya no quiero que siga jugando conmigo.

El sueño por fin la venció y él se esfumó de sus ojos como solía hacerlo siempre que ella se le acercaba o le proponía una forma nueva de amar. Él huía, salía corriendo, se hacía el desentendido, evitaba responderle, se alejaba sin volver la vista atrás, la despreciaba, la volvía insignificante, le demostraba indiferencia, la hacía sentir sola. Él se comportaba de un modo arrogante y ella no podía comprender por qué se le hacía tan difícil, casi imposible, lograr que ese amor se consumara al menos en sus sueños.

- Nunca voy a conseguir que se enamore de mí, que se estremezca con sólo escuchar mi voz, que vibre al mínimo roce mío, que se le ilumine la cara al verme, que se le corte la respiración cuando estemos tan cerca que el beso se torne inevitable y peligroso. ¿Qué hago mal para que no me quiera? ¿Qué errores cometí que lo alejaron de mi lado? ¿Por qué me culpo? ¿Acaso algo de lo que podría haber hecho modificaría el rumbo de nuestras vidas? No me quiere, nunca me quiso, jamás va a quererme. Fin de la historia. Hora de abrir los ojos.     

Esa mañana, al despertar, se sintió morir. Tomar decisiones, muchas veces, nos hace sentir presos de dolor, nos hace dudar de lo que sentimos, de lo que queremos, de lo que estamos dispuestos a soportar. Ella estaba segura de todo lo que lo quería (aunque no podía definir con exactitud cuánto amor cabía en ese todo). Estaba segura pero no podía seguir esperando a que él lo notara, porque aunque él lo notara alguna vez, ella sentía que nunca iba a elegirla. Y ella merecía más que eso, en realidad, ella quería más que eso... Entonces lo decidió: a partir de esa mañana, muerta de dolor (viva sin él), iba a olvidarlo.

- Dejar de pensar en él, dejar de buscarlo, no aparecer de improviso en su vida. Dejar de aguardar su llamado, obligarme a dejar de quererlo. No esperar nada de él, no hablarle más, soportar el silencio, no insistir para que me quiera. Dejarlo ahora, antes de que sea demasiado tarde (¡creo que ya es demasiado tarde!). Dejarlo ahora, entonces, sin más comentarios ni especificaciones.

Comenzó por pronunciar su nombre en voz alta, infinidad de veces hasta que perdiera sentido, hasta que no tuviera significado para ella. Lo nombró a los gritos, entre llantos, a carcajadas. Lo acompañó con insultos, con preguntas, con certezas. Lo llamó una y otra vez, y se sintió atormentada: por más que hiciera el intento, ese nombre no lograba causarle indiferencia. Y entonces sintió rabia, ira, desesperación, decepción, un dolor en el pecho, una cama vacía, una habitación a oscuras, un silencio, una imposibilidad de dejar de llorar, un corazón deshecho, un no poder levantarse y nunca un olvido.

- Nombrarte hasta que dejes de dolerme en todo el cuerpo. Nombrarte hasta derramar la última lágrima. Nombrarte hasta sacarte por completo de mi mente. Nombrarte hasta que ya no me importes. Nombrarte hasta que seas sólo un mal recuerdo. Nombrarte para dejar de pensarte. Nombrarte hasta exorcizarme de esto que no fuimos, de lo que nunca llegaremos a ser. Nombrarte para no quererte más o para quererte cada vez menos. Nombrarte una, dos, cien veces. Nombrarte para ir borrando tu imagen de a poco, para que se vuelva difusa, para que ya no me cuestione. Nombrarte sin estremecerme. Nombrarte sin que se me nuble la vista. Nombrarte y que tus letras ya no me nombren.  

Prosiguió el proceso hacia el olvido recorriendo los lugares que le recordaban ese amor inconcluso, porque creía que eso la ayudaría a disminuir el ritmo de los latidos de ese nombre que aún retumbaba con tanta fuerza dentro suyo. Comenzó por el Café donde se encontraron cuando apenas se conocían: se presentó a las cinco de la tarde y se sentó en la misma mesa, pidió un cappuccino como aquella vez, rememoró los diálogos, las miradas, las sonrisas, las interrupciones, el miedo a que él no sintiera lo mismo, pidió la cuenta, pagó ella y se fue sin que nadie le abriera la puerta para invitarla a salir. Siguió por aquel cine de barrio donde comenzó a enamorarse de la pasión con la que él soñaba: eligió una película al azar, se sentó en la primera butaca libre que encontró y esperó que sucediera el milagro de dejarlo olvidado en medio de esa historia. Por último fue a la estación de trenes: él ya no la aguardaba de espaldas mirando el andén, pero lo sentía tan presente, tan ahí con ella que no pudo soportarlo y se largó a llorar desconsolada, tan desconsolada que pensó que si no se dejaba ir de una buena vez no sería capaz de correr el riesgo de emprender nuevos viajes. Fue así que deseosa de confiar en que no por casualidad se encontraba en un lugar de partidas (¿sería este su punto de partida?), secó sus lágrimas y subió al tren.      

- Cada lugar me recuerda a vos y paradójicamente no son tantos los sitios que te nombran: alguna calle, alguna esquina, algún bar, alguna sala de cine, alguna estación, algún rincón de tu casa, algún libro en mi biblioteca, alguna lágrima en mi almohada, algún abrazo en mis sueños, algún pensamiento que me repetía que vos eras el único lugar donde yo quería estar... Y sin embargo, hay dos lugares de los que aún no puedo arrancarte: mi cuerpo que no para de llamarte, mis palabras que sólo hablan de vos. ¿Cuándo llegará el día en que ni mi cuerpo ni mis palabras te pertenezcan? ¿Cuándo me sentiré libre de tu boca? ¿Cuándo estos sitios prescindirán de nosotros? ¿Cuándo te irás? ¿Cuándo me iré? ¿Cuándo dejarás de dolerme tanto?
      
Continuó los días empecinada en sacarlo de su cabeza, en que no se le presentara sin permiso cuando estuviera concentrada viendo una película, en que no se le filtrara en medio de una canción. Hizo todo lo posible para borrarlo de su vida: quemó fotos, rompió los papeles donde habitaban las palabras que sólo él había logrado inspirarle, tiró a la basura todo aquello que se lo traía de vuelta. Persistió cada noche en sacarlo de sus sueños y de sus insomnios, en no permitirle que se sintiera el dueño de sus horas de vigilia. Le exigió que parara de aparecérsele en otros hombres, que dejara de entrometerse en sus pensamientos, que ya no se asomara a través de sus ojos. No quería verlo más, ni escucharlo, ni sentirlo. Quería que se fuera de una buena vez, que se fuera para siempre, que se fuera para nunca.    

domingo, 1 de junio de 2014

Te odio

Te odio. Visceralmente te odio. Con cada centímetro de mi cuerpo, te odio. No hay lugar en mi mente que te piense y no te odie. Te odio, con intensidad, con angustia, con rabia. Y el odio corre por mis venas, y se hace sangre, lágrima, congoja. Te odio.
Me odio. Me odio por no lograr que me quieras. Me odio por no poder llamar tu atención. Me odio, con intensidad, con angustia, con rabia. Me odio porque necesito odiarte pero no lo consigo. Me odio.
Nos odio. Odio lo que somos pero más lo que no somos. Odio pensar en vos, llorar por vos. Odio ilusionarme y desilusionarme sin previo aviso. Odio la frustración que me provoca no tenerte. Odio esta soledad que refuerza tu ausencia. Odio mi hermetismo, mi silencio. Odio mi pasado que nos separa. Odio tu presente que no nos termina de unir. Odio el futuro porque odio esta incertidumbre que me provocás. Odio que no me ames, que no te haga falta, que no me extrañes, que no me busques, que no te encuentre. Odio alejarme y que no te acerques. Odio acercarme y que no me veas. Odio estar pendiente de vos.
Nos odio. Me odio. Te odio… Pero, ¿por qué si te odio tanto este dolor no se me va? ¿Por qué no te olvido? ¿Por qué no me resigno? ¿Por qué me miento? ¿Por qué no huyo? ¿Por qué será que cuando la ira amaina, el odio cesa y yo te vuelvo a amar? Te vuelvo a amar con intensidad, con angustia, con rabia. Te vuelvo a amar y te odio, me odio, nos odio por eso.