domingo, 30 de noviembre de 2014

La Otra

La otra. La que no tenía nombre. La que ahora tiene hasta doble apellido. La otra. La de los ojos café, la de la boca que te besa, la del pasado compartido. La otra. La de los infinitos rostros que nunca fueron el mío. La otra. La que te quiere, la que querés, la que te tuvo y te vuelve a tener. La otra. La que fue, la que es, la que quizás no sea. La otra. La que te quita el sueño. La que te aleja de mí. La otra. La que es ella, la que no soy yo, la que tal vez es cualquiera. La otra. La que no es otra porque para serlo yo tendría que ser la que amaras más o la que amaras menos o la que amaras distinto. La otra. La que no es otra porque para serlo yo tendría que ser a la que ubicaras en el primer lugar en tu lista de prioridades o a la que engañaras o a la que no quisieras lo suficiente. La otra. La que no es otra porque yo soy ninguna.     

martes, 4 de noviembre de 2014

No ser la elegida

No ser la elegida, eso le dolía, no por una cuestión de amor propio, sino porque la hacía sentir en todo el cuerpo las marcas de tanta falta de amor. No ser la elegida implicaba para ella no reflejarse en los ojos de un otro porque no había otro que la mirara, no sentir los latidos de otro porque no había otro que la abrazara, no confundirse en la sonrisa de otro porque no había otro que la besara... O tal vez, si lo había, no era el otro del que ella estaba enamorada, y entonces no le alcanzaba, no le alcanzaba y le dolía. Y si le dolía era porque tanta falta de amor la hacía sentir temblores que acompasaban el maldito tic tac del reloj y no la dejaban dormir. Tanta falta de amor le generaba dificultades para respirar que impedían que las lágrimas brotaran con naturalidad. Tanta falta de amor le provocaba un fuerte dolor en el pecho, una puntada que la hacía sentir que se le estaba resquebrajando el corazón. Tanta falta de amor le anudaba la garganta ovillando decepciones, palabras retenidas en puestos de control, silencios obligados a silenciarla. Tanta falta de amor la hacía sentir un peso en la espalda que cargaba desilusiones, frases hirientes, encuentros no concretados, llamadas en espera, ilusiones deshilachadas. Tanta falta de amor se traducía en indiferencia, en desesperación, en una tristeza que ensombrecía su vida, que la encerraba en sí misma y la volvía invisible otra vez.

No ser la elegida, eso le dolía, y la iba desgarrando y endureciendo por dentro y por fuera, tornándose toscos sus sentimientos pero también su mirada, y su postura, y su sonrisa humedecida. No ser la elegida la hacía sentirse no querida, no deseada, no suficiente. No ser la elegida la hacía sentirse despreciada, abandonada, poca cosa. Es que no podía entender lo que pasaba, no entendía qué hacía mal para que nadie la eligiera y no entendía por qué nadie o ninguno siempre se referían a él. No ser elegida por él, eso era lo que la destrozaba, y que esa o cualquiera o todas las que él sí quería nunca la incluyeran. No ser elegida por él y aún así justificarlo por sus idas y venidas, por su confusa manera de estar sin estar, por invitarla a jugarse la vida con él y después cambiarle las reglas para hacerla sentir que perdía, que se perdía, que lo perdía. No ser elegida por él y creerle, creerle aunque le ofreciera migajas de un sentimiento que no tenía definición ni razón de ser y que sólo la hacían sentir insignificante y desamparada. No ser elegida por él y seguir amándolo, amando a quien una mañana la trataba como una completa desconocida y al día siguiente la despertaba y le endulzaba el café con frases de amor, o tal vez no, tal vez ella sola lo endulzaba para que la espera tuviera gusto a él aunque él nunca llegase, aunque la cita jamás se concretara, aunque el azar no volviera a cruzarlos, aunque él siguiera sin elegirla y ella muriera de ausencia.